Érase una vez hace muchos, muchos años, existían tres reyes que además de ser muy sabios, eran capaces de leer e interpretar las estrellas. Uno vivía en Europa, otro en Asia y otro en África y los tres pasaban noches y noches mirando las estrellas, lo que ninguno sabía es que una de ellas cambiaría su vida por completo.
Un buen día, Melchor un rey europeo, de larga barba era blanca, tan larga como su inteligencia estaba mirando las estrellas desde su palacio. De pronto vio una estrella fugaz, que se detuvo arriba en el firmamento y brilló más que las demás. Melchor se sintió tan intrigado que decidió encaminarse hacia el horizonte para verla más cerca. Cabalgó sobre su camello y partió de viaje.
Gaspar, reinaba en Asia, sus cabellos y barba eran castaños y, como Melchor era un hombre de gran sabiduría. Él también vio la estrella desde su castillo y sin pensárselo dos veces, montó sobre su camello y emprendió la marcha tras la preciosa luz.
En África, otro rey famoso por sus predicciones astrológicas, se encontraba mirando el firmamento. Su nombre era Baltasar y sobre él se posó también la brillante estrella. Melchor corrió a sus establos, montó a lomos de su camello y se encaminó tras la brillante estrella.
Al cabo de unos días de viaje, los tres reyes se encontraron en el camino. Ambos comenzaron a hablar del firmamento y de aquella nueva estrella que les atraía poderosamente. Los tres llegaron a la misma conclusión: la estrella les llevaría al nacimiento de un nuevo rey, un rey de reyes.
Todos estuvieron de acuerdo que un rey de reyes necesitaba regalos dignos de su persona. Melchor decidió pues llevar oro, Gaspar Incienso y Baltasar mirra, los mejores presentes de la época.
Tras un largo viaje los Reyes Magos llegaron hasta Belén, justo allí donde se había posado la estrella y encontraron con gran alegría y tal y como habían pensado un bebé, con su madre María y su padre, José. Melchor, Gaspar y Baltasar, se pusieron de rodillas frente al pesebre donde dormía el Niño y pusieron los regalos a sus pies.
El niño Jesús, se puso tan contento con su visita que otorgó a los tres Reyes Magos el don de la vida eterna y la facultad de poder llevar regalos a todos los niños del mundo una vez al año.
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